11.01.2010

Pero sucede que nada es como antes. Es una certeza. Pensar que nada cambia, que todo fluye a nuestro lado es estar muerto en vida. Si uno viaja en tren puede mirar dentro del vagón donde toda anda estático con pequeños matices: El niño de la derecha le llora a su madre porque quiere corretear, la señora de atrás comenta con su compañera... y el tiempo fluye. Desde el mismo tren podemos mirar por la ventana y ver que a pesar de todo podemos provocar un fluir diferente. Podemos fijarnos en las geografías cambiantes (loma, montaña, valle, llanura) o incluso las casas, que en su anodina igualdad pueden ser distintas. Cada día, nos guste o no, somos algo nuevo, algo por vivir si ese es nuestro deseo. A ese único día es al que debemos enfrentarnos.

Mirarnos al espejo por la mañana y preguntarnos ¿Deseo hacer lo que voy a hacer hoy? Si la respuesta es "No" durante demasiados días seguidos es evidente que debemos trazar otra realidad. Al final no disponemos de otra cosa que de ese nuevo día que se nos ofreció. Los pasados murieron y los futuros quíen sabe si los vamos vivir.

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