Mi vida era terriblemente decadente, lo era. Hasta que un día me liberé de mi mismo. En mi vida no había felicidad, sino tristeza. No había amor, pero si mucho odio. Ni una sola carcajada se escurrió por mi garganta, siempre, la tan común en mi cara, una lágrima que minutos después liberaba dos bestias muy potentes, el sollozo y la furia, una más salvaje que la otra. Esperen, no recuerdo haber estado solo nunca. Siempre en mi cabeza había voces que me decían que salga corriendo, que me prenda fuego. Pero siempre la tuve a ella, tan plana y simple. Mi madre, la maldita solo dejo una foto al irse y una nota, que domina a las voces;
Olvídate del mundo, eres tu solo y nada más que tu voz. Solo ella. Domina tu alma, conviértela en armonía con tu mente, en esencias tan lindas que sea invisible hasta para el ojo más complejo.
Mamá.
Y, así me dejó, sin una sola palabra que seria capaz de cambiar todo. Un te quiero. Con 4 años sentí lo más horrible que se pueda sentir. Desprecio, y una de las más puras soledades, lejanía.
Ya mi vida había llegado a un punto de hasta odiarme a mi mismo. Ya no había palabra que me dominara, tampoco hecho que lo haga. Los últimos recuerdos de mi vida son vagos. Recuerdo haber salido corriendo, algo nuevo en mi cabeza se sentía, creo que se llama euforia. De repente, mis voces tomaron control de todo. Que rápido que es el paso de las llamas. Mirá que tan rápido se prendió el auto y la casa. El dolor de saber que he estado solo toda mi completa y triste vida, de saber que nunca nadie me confió su cariño,liberó a la furia y al sollozo. Deshidratado ya, no salen más lágrimas. Mi furia aumente cada vez más. Las voces me decían que me sume al fuego.
Nunca más iba a sentir dolor, por fin sentía el cariño. Por fin alguien me abrazaba. El cálido abrazo del fuego me mato. En esos momentos antes de morir, en un éxtasis que dejo atrás al dolo y trajo calor. Me pude liberar, por fin llegué a la felicidad. El no sentir nada.