Estás sentado en la cocina, fumando despacio el cigarrillo número 40. La mirada se eterniza clavada en el pedacito de cerámica que falta justo al lado de la pata de la mesa. Tantas veces pensaste en arreglarlo, como las veces que dijiste: Ya va a pasar. Todo va a volver a ser como antes.
Esa frase te inunda la cabeza como un amanecer soleado después de una noche fatal. Mezcla de esperanza, de deseo, de compromiso. Y algo de desolación.
Todo va a ser como era antes. Y ella te escucha decirlo mientras lava los platos mecanicamente, con los ojos enrojecidos de tanto llorar y una mueca de fastidio que despierta tus sospechas. Sin hablar, se van a la cama sin saludarse con el tierno beso de siempre. De antes. Cada uno pensando en lo mismo.¿Cómo era antes?.
¿Antes, cuándo?. ¿Cuándo recién nos conocimos, y éramos apenas dos adolescentes sin la menor idea de lo que significaba el amor, el compromiso, la convivencia.?. ¿O antes?, cuando lo único importante era divertirse juntos, bailar, tomar algo, compartir con amigos, discutir por cosas sin importancia; sencillamente disfrutar de cada momento juntos, y cuando la cosa no iba bien, cada uno para su casa y a empezar de nuevo.
¿Antes, cuándo?. ¿Cuándo empezamos a vivir juntos, a descubrir que éramos mucho más que compañeros de una aventura, y que ya estábamos compartiendo no solo lo bueno que nos pasaba, juntos o separados?. Y si, eso cambia el panorama.
¿O antes?. Cuando las primeras frustraciones, la falta concreta de plata o el baño roto eran apenas otro ingrediente que le agregaba adrenalina a la relación, y cada problema no hacía más que acercarnos al otro, en la seguridad que el futuro nos tenía reservados momentos de alegría y tranquilidad.
¿Antes, cuando?. ¿Cuando llegó el primer hijo, y esa responsabilidad nos hizo tan fuertes que nada ni nadie podía detenernos?. Íbamos y veníamos sin cansancio, con tiempo para todo, con energía suficiente para encarar cualquier empresa, o enfrentar cualquier problema. Todo era posible. Era la época en que nos divertian los contratiempos y la polenta con aceite y sin queso era un afrodisíaco tan eficaz como las ostras y el champagne.
¿Antes cuándo?. Cuando empezamos a enderezarnos de a poco y ya pensábamos en las vacaciones, y cambiamos la carpa y la mochila por el hotel dos estrellas, el tren a la costa, el auto hipotecado y las discusiones en la ruta o la playa por la elección del teatro para la noche.
Un buen día nos descubrimos cansados. Tanta lucha fue limando concienzudamente la relación. Tanta energía puesta al servicio del futuro terminó por desgastarnos. Tanta fuerza puesta en pertenecer, en vez de pertenecernos.
Envidiamos a los otros, esos que están pasando por lo que ya vivimos. Y no nos damos cuenta que en realidad les llevamos una gran ventaja. Que a pesar de todo, seguimos juntos. Que contra todo seguimos disfrutando nuestro calorcito en la cama. Que ya no necesitamos hablar para que se entienda lo que sentimos, lo que pensamos. Recorrimos un camino que los otros aún tienen que ir descubriendo. Pero nosotros ya lo hicimos, y ahora, en vez que querer que todo sea como antes, es nuestro desafío, intentar que algunas cosas se mantengan vivas, porque han nacido otras.
La satisfacción de nuestros hijos creciendo cada dia a nuestro lado. Cada vez mas parecidos a nosotros y sin embargo tan distintos. La alegría de un domingo con lluvia y siesta completa. La confianza, el afecto, la compañía, la pasión madura pero intensa, los pequeños proyectos, conocer tus gustos y que conozcas los mios, ayudarte en el jardín. Que yo sienta aunque no te esté mirando, que estás sonriendo cuando escuchás el ruido del plato roto y mi maldición en voz baja. Taparte cuando hace frío, y mirarte dormir desnuda y relajada en esas noches de calor y mosquitos en que todavía nos animamos a una cerveza.
¿Cómo antes?. Me gusta como te quiero ahora. Me gusta como me querés ahora. Antes, ya pasó.
Ahora, quiero que empiece la mejor parte.
Todo esto lo pensás mientras ella va y viene por la casa con el ceño fruncido.
Ya acostó a los chicos, lavó los platos, le dio de comer al perro y cargó la camioneta con las mochilas para el colegio y así no perder tiempo mañana y poder compartir el primer café del día.
No sabés como decírselo y eso te atormenta.
Sin embargo ella, como si hubiese leído tus pensamientos palabra por palabra , se mete en la cama al lado tuyo, se acurruca como siempre bien pegadita y te facilita el camino con un:
- Abrazame fuerte. Tengo un poco de frío.-
Y la abrazás fuerte pero con ternura, los ojos llenos de lágrimas; avergonzado por tu comportamiento. Agradecido por el silencio cómplice que los une.
Como antes. Como siempre.
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